jueves, 30 de agosto de 2012

SANTIMAMIÑE, VIZCAINOS DEL MAGDALENIENSE.

Se trata de los vestigios de los moradores del periodo Magdaleniense, de entre 12.000 y 12.700 años de antigüedad, que dejaron su legado en forma de cenizas. Más concretamente, se trata de los restos de los prolongados fuegos con los que los cazadores de aquella lejana época realizaban para cocinar sus capturas cinegéticas en el vestíbulo de la gruta.
 
El equipo de arqueólogos dirigidos por el especialista Juan Carlos López Quintana ha logrado recuperar la friolera de 300 vestigios de aquella época, principalmente los restos óseos de los alimentos que ingerían aquellos remotos cazadores cuyos ojos veían una Urdaibai muy diferente a la actual. También se han recuperado piezas de sílex con las que estos cazadores y recolectores lograban su sustento diario, a pesar de las dificultades que la naturaleza les ponía. Y es que en un paisaje estepario con una temperatura inferior a la actual -entre 10 y 15 grados menos- y una línea costera a 4 o 5 kilómetros más lejana que la de ahora, la caza suponía su principal sustento. Y tras cobrarse piezas como bóvidos, cabras, ciervos o corzos, el fuego del interior de la gruta les servía de estancia para la alimentación.
 
“El fuego central tiene un diámetro de más de un metro, con diferentes capas que se han endurecido con el paso del tiempo”, señaló ayer López Quintana. Ello supone que la ocupación durante la época fría de la época magdaleniense fue “prolongada”. Pero su hábitat en el vestíbulo de Santimamiñe, al que apenas consiguen entrar los rayos del Sol, era aún más grande. “De hasta cuatro metros”, incidió el arqueólogo, “frente a una zona interior muy húmeda por las filtraciones y los goteos”, el espacio donde se encuentra el arte parietal -con medio centenar de figuras grabadas por las manos prehistóricas- y las más impresionantes formaciones geológicas de la cueva, sellada a las visitas en el 2006 por su mal estado.
 
Pero la mayor parte de restos óseos hallados no quedaron sobre ese fuego, sino que fueron acumuladas por los sedimentos en los milenios posteriores en esa gran sala central de Santimamiñe. Entre ellas destacan las piezas de animales cazados, pero también restos de salmones o crustáceos, como erizos de mar, que recolectaba el hombre antiguo en la línea costera de Urdaibai.
 
NUEVA HIPÓTESIS
 
El magdaleniense pintor
 
Ese vizcaino de hace 12.000 años “tenía una estrategia de subsistencia diversificada”, narró López Quintana. “Falta le hacía para poder sobrellevar unas condiciones tan extremas”, desveló. Aunque, al abrigo de los últimos secretos desvelados, una nueva hipótesis se podría abrir paso: que los autores de las famosas pinturas rupestres de Santimamiñe fueron coetáneos o “estén próximos en el tiempo” a los hombres a los que el fuego del vestíbulo alumbraba hace más de doce milenios.
 
Así, y con los datos actuales del estudio del hábitat, se plantea que el hombre del Magdaleniense medio o final pudiera ser el autor de esas pinturas. Pero, con palabras revestidas de cautela, López Quintana les citó como sus “probables” autores, que no definitivos. Habrá que seguir trabajando en los misterios de una vetusta cueva que sigue sorprendido al ser humano moderno.

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