lunes, 14 de noviembre de 2011

RUTH BLASCO,LA NUTRICION EN LA EVOLUCION DEL HOMBRE.

Ruth Blasco, licenciada en Historia y doctoranda en una tesis sobre “La amplitud de la dieta cárnica en el Pleistoceno medio peninsular”, es una voz de referencia en las investigaciones relacionadas con el comportamiento de los homínidos del Pleistoceno medio. Forma parte del equipo de Bolomor, Atapuerca y Coves del Toll-Teixoneres, y es autora de numerosas publicaciones relacionadas con la Zooarqueología y Tafonomía, que van desde la experimentación y su aplicación arqueológica hasta la documentación e interpretación de las estrategias de subsistencia de los grupos humanos del Pleistoceno medio en revistas nacionales e internacionales.

La investigación publicada en la revista científica ‘Journal of Human Evolution’, Earliest evidence for human consumption of tortoises in the European Early Pleistocene from Sima del Elefante, Sierra de Atapuerca, Spain, captó la atención del mundo científico, e incluso, saltó a la información generalista, al ser una de las primeras conclusiones que evidencia que nuestros antepasados más lejanos comían proteínas animales. Hay que tener presente que, hasta ahora, los estudios convenían en que los lejanos homínidos eran, como sus hermanos los gorilas, casi por completo vegetarianos.

Las excavaciones de Atapuerca revelan un ser humano, el de hace más de un millón de años, no tan diferente al actual. Se ha descubierto que su dieta era muy diversa. ¿Cómo configuraba los menús?

El menú de los primeros humanos parece ser más variado de lo que se pensaba. Esos grupos se caracterizaban por ser generalistas en un entorno que les proporcionaba una importante diversidad de recursos. No tenemos aún suficientes datos para definir cuál era su alimentación, pero es evidente que los vegetales jugaban un papel muy importante, complementados con carne procedente de bisontes, cérvidos, e incluso, animales pequeños, como conejos o tortugas. Las estrategias utilizadas para obtener estos animales son otra cuestión. Pensamos que la caza oportunista debía convivir con el carroñeo de cadáveres sin ninguna contemplación.

¿Había una conciencia de las necesidades nutritivas que, guiada por el conocimiento empírico, les llevara a elegir aquello que fortalecía el cuerpo?

Sobre esta cuestión es difícil hablar. Hace un millón de años, se registraron una gran cantidad de cambios morfológicos en los homínidos que, con seguridad, influyeron en su dieta. No sé si de manera consciente o inconsciente, pero parece ser que había una predilección por ciertos elementos del cuerpo de los animales, como el tuétano contenido en los huesos o algunas vísceras, ricas en proteínas y ácidos grasos. Hoy sabemos que estos componentes son esenciales para el buen desarrollo de nuestro metabolismo.

¿Qué otros nutrientes vitales estaban presentes en la dieta?
En primer lugar, hay que tener en cuenta que los homínidos somos omnívoros que procedemos de un antepasado “no muy lejano”, cuya dieta era frugívora (a base de frutas y frutos). Esa es la razón por la cual debemos recurrir siempre a la fruta fresca para no contraer ciertas enfermedades. Sin embargo, algunos investigadores han sugerido que nuestro omnivorismo está determinado por el crecimiento exagerado de nuestro cerebro en torno a esas épocas. Por tanto, los requerimientos nutricionales de los grupos humanos debían ser parecidos a los nuestros y debían obtenerse por una dieta principalmente vegetariana complementada, en la medida de lo posible, con recursos de origen animal que les proporcionarían las grasas y las proteínas necesarias.

De hecho, sus investigaciones preguntan a la Paleontología sobre cuestiones domésticas. ¿Puede afirmarse que las comidas tenían un componente social como en la actualidad?

Quizá no lo tenían en el mismo sentido. Hoy en día, el acto de comer lo usamos para interactuar entre nosotros: comida familiar, de amigos, de negocios. La organización social de los primeros europeos es difícil de inferir debido a los pocos restos que hay, pero algunos elementos sugieren una cierta cohesión social, como el traslado de alimentos de origen animal a las cuevas donde se supone que esperaba el resto del grupo.

La esperanza de vida era muy reducida, pero el ser humano no se extinguió. De la misma manera que ahora, que la alimentación condiciona la calidad de vida y la longevidad, ¿en qué medida dependía de los alimentos la natalidad, el desarrollo y la mortalidad?

Es cierto que las condiciones de vida hace un millón de años debían de ser más duras que ahora y no solo en cuanto a la obtención de alimentos. Sin embargo, en este punto es importante tener en cuenta la distribución territorial de los grupos. Es obvio que, al igual que hoy, una zona con más recursos permitía aglutinar mayor densidad de gente que una zona con recursos más limitados. Las relaciones que se establecían entonces entre los grupos nos son aún desconocidas.

Algunos estudios condicionan a la inclusión de la proteína el salto cuantitativo en la esperanza de vida de los seres humanos, incluso lo relacionan con el desarrollo del cerebro. ¿Rebañar los caparazones de las tortugas, como narra su estudio, no era solo gula, sino algo vital?

Es probable. Las tortugas son una fuente de proteínas. Son animales lentos de movimientos y no son peligrosos. Cogerlos era fácil, aunque esta no parecía ser una actividad muy habitual.

Las frutas también les alejaban del escorbuto, por citar una enfermedad mítica. Junto con los huesos de animales han encontrado huesos de frutas. ¿También estaban rebañados?

La conservación de elementos vegetales con esta antigüedad es difícil. Sin embargo, en el nivel 6 de Gran Dolina, con 800.000 años de antigüedad, se han encontrado huesos de almez. Es posible que esos frutos los ingirieran los homínidos. Sin embargo, hay técnicas para conocer el componente vegetal de estos homínidos, como la microestriación dentaria. Todas ellas indican que los vegetales eran muy importantes en su dieta y que podían representar incluso más del 85%.

El ser humano ha cambiado en cierta medida en su aspecto físico: es más alto, la nariz más fina, el cráneo más redondo… ¿El aparato digestivo también ha variado?

El aparato digestivo tuvo su gran cambio hace más de un millón y medio de años en África, cuando se conocen las primeras formas humanas modernas (Homo ergaster). Los homínidos anteriores tenían el vientre más abultado, similar en proporciones al de los grandes simios. Hay autores que han sugerido otros cambios con posterioridad, debido al uso sistemático del fuego. Según estos investigadores, el asado de la carne permitió eliminar elementos patógenos que antes se ingerían con toda naturalidad y que se procesaban sin problemas. En este sentido, parece que el fuego nos devolvió un sistema inmunológico más débil.

Más allá de la voluntad individual, ¿hay alguna razón científica que avale practicar dietas como la de los antepasados más lejanos o más cercanos en el tiempo? Sus defensores aseguran que el ser humano no ha experimentado una evolución suficiente y que la alimentación actual es contraproducente.

El carroñeo entre Australopithecus garhi, para mí, representa una de las primeras manifestaciones de la inclusión de carne en nuestra dieta. Es posible que esta ingestión más o menos regular de carne tuviera incidencias en el desarrollo del cerebro grande tan característico del género Homo. Sin embargo, a medida que se avanza en el tiempo, la dieta experimenta variaciones importantes. Al principio, la dieta está muy ligada a los recursos del medio en el que se encuentran los grupos. Pero a posteriori se observa cierta selección de algunos elementos que podrían tener razones más culturales. Estamos hablando ya de Homo sapiens. El Neolítico y la acumulación de recursos suponen la culminación de este proceso. Hoy en día podemos seleccionar de nuestro medio lo que deseemos. Podemos diseñar nuestra dieta en función de nuestras apetencias, los sabores, nuestra curiosidad o nuestras necesidades metabólicas. El resultado es nuestra gran longevidad. Por tanto, no creo que esto pueda ser contraproducente.

SOLO COMEMOS LO QUE PODEMOS COMER

La necesidad de estudiar los orígenes del ser humano y dotar de dimensión la curiosidad científica radica en saber en qué puede condicionar a la vida actual el pasado remoto. ¿Qué podemos aprender de nuestros antepasados? ¿Hay alguna respuesta que nos sirva en nuestra aplicación práctica actual? La científica Blasco afirma que “todas las facetas históricas pueden ser utilizadas para sacar lecciones, incluida la dieta”.

Ruth Blasco plantea una reflexión. “Durante buena parte de nuestra evolución biológica, nos hemos alimentado con unos recursos limitados que nos ofrecía el medio y nuestra esperanza de vida no superaba los 40 años. Hace solo unos 10.000 años aprendimos a acumular estos recursos y a procesarlos de la manera que nos parecía más apetitosa. Hoy en día, las sociedades industriales han ampliado el abanico de recursos. La dieta puede ser muy variada y el comer se ha convertido en un arte”.
Sabido todo esto, y que la esperanza de vida en el mundo occidental se ha duplicado, la investigadora evidencia que “estamos plagados de enfermedades relacionadas con la nutrición y el estilo de vida: caries, colesterol, gota”. ¿Por qué a diferencia de los antepasados tan lejanos, ahora ya no comemos lo que podemos, sino solo lo que podemos comer?

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